sábado, 21 de marzo de 2009

El retorno de la muerta remuerta

Hace días, quizás semanas, que vengo planeando el retorno. Como le explicaba hoy a Dinga, después de haberme borrado durante tanto tiempo, este post tiene que ser espectacular o importante, como si condensara todo lo que yo podría haber expresado en estos tres meses de silencio. Y todavía no me decido cuál camino es mejor: ¿sensacional?, o ¿importante?

Empiezo por sensacionalista en el sentido de que profundiza la sensación vuestra de que yo salgo con cada loco anormal. Mi creencia es que todos los locos (léase flacos) son anormales; lo que pasa es que la mayoría de las minas no le dan pie para que expresen su anormalidad. En cambio yo la invito a pasar, como el Doktor F, y aquí tengo una pequeña prueba.

Conformarse no es tan terrible (o if it ain't broken, don't fix it)


Hubo una vez uno con el cual había tenido yo momentos muy significativos. Por variedad de razones, no nos vimos por un tiempo, aunque en el momento del reencuentro la cosa estaba clara: el sobre nos llamaba tanto como antes. Todo parecía igual, aunque yo sentía que algo faltaba. Como si él no la estaba pasando tan bien. Así que le empiezo a preguntar ¿qué querés? ¿Me pongo así? ¿Te gusta asá? Y él a todo me decía meloso "Me encanta, como quieras". Yo me convenzo: él no se está soltando - quiere algo, pero no me lo pide. ¿Pero qué puede ser (preguntábame yo) que yo no le haya ofrecido ya? ¿Qué le avergüenza pedirme?

Entonces tuve un plan verdaderamente maquiavélico. Le insisto, en un momento dado, que me parece que antes él la pasaba mejor, y que quizás ya se había aburrido un poco de mí y entonces -le tapo la boca antes de que me diga alguna mentira y me apuro a agregar - se me había ocurrido que podíamos invitar a una amiga mía. Silencio. A que se sumara. (Bisilencio.) Y la describo a ella y a lo que podríamos hacer y después me quedo callada.

Momentos después, él me abraza como hacía antes. Yo pienso que gané, que por ahí sólo necesitaba él saber que a mí me interesaba que estuviera bien, y allí me estaba yo, doblemente contenta, por dentro y por dentro por así decir, cuando escucho algo similar a un arroyo corriendo entre pedruzcos. Presto más atención, y me doy cuenta de que él está hablando, hablando sin parar, diciendo muchas cosas de... mí! Y yo no soy pudibunda, y he conocido a flacos que te hacen algún que otro comentario durante sin que me perturbara, pero las cosas que este hombre me estaba diciendo, mamma mía, jamás en mi vida, ni con una micromini delante de una troupe de obreros las habría yo escuchado. Descripciones de acciones y de objetos, órdenes, ruegos, todo reunido en un murmullo que no se terminaba y que me estaba afectando la performance porque ¿cómo concentrarme cuando me acaban de decir que le encanta cuando hago X cosa con la Y, que además está bien Z? No sé, me agarró vergüenza de golpe, porque yo nunca escuché que una señorita estuviera tan Qita o tuviera una P tan R. Así que me empecé a enderezar y a hacer planes para preparar una torta y tejer un posafuentes y quizás asistir a alguna que otra misa, como para compensar esa debauchery en la que me había dejado caer. En definitiva, mi plan me salió por la culata: él ahora muy relajado en su salsa verbal, y yo, incómoda como pocas veces.

De lo cual yo concluyo alguna enseñanza y otras preguntas para investigación posterior, la primera siendo: a veces conviene que el otro no esté del todo cómodo con una. La segunda: escuchar música al mango ocasiona pérdida de audición, pero ¿cómo se genera pérdida de la palabra en ocasiones como ésa? La tercera, no hay otra que la pequeña anormalidad (pequeña porque, después de todo, tanto no me voy a quejar por un hábito relativamente inocente) fue invitada por mi comentario amiguístico, sí. Nonetheless, ¿tendré razón en asumir que todos los flacos son anormales, y que a las otras chicas no les tocan flacos así porque no andan rascando la superficie?