domingo, 31 de mayo de 2009

La horma de mi zapato (o "De cómo me gustaría ser la horma del suyo")

Hace cosa de una semana me propuse encontrarme un novio. Hete aquí que, en su vez, me encuentro al super-amante (en un sentido nietzcheano, tal que su aparición está asociada con el inminente final de una era, o al menos la premonición de tal cambio).

O quizás ésa no sea la mejor manera de empezar este post, sino empezar por Clara. Clara (no su nombre verdadero - imagino) es una gata de mi nuevo barrio quien, como la Domi de España 64X, se la pasa maullando desde que me mudé. El problema de Clara es claro (de allí su nombre): necesita acción, y una acción más específica, no la que encuentra revolviendo basureros. Y ella maúlla y maúlla y sigue sola, un poco como yo, excepto que yo no maúllo.

Pero tal vez ése tampoco sea el comienzo adecuado y mejor empezar por la fiesta polyglot a la que fui para conocer hablantes de francés para practicar el idioma. De casualidad me puse a hablar con la única persona que era tan alta como yo, y por tanto hombre. Conocílo yo a Kytar (no su nombre real - imagino) y díle yo mi teléfono, así como se lo di a muchos otros potenciales cohablantes, pero el destino (o algo así) quiso que él fuera el único en picar. Nos encontramos, yo con pocas ganas de hacer el dating y muchas ganas de otra cosa, para charlar un día.

Pronto me di cuenta de que mi educación en la lengua francesa no era una prioridad - a menos que fuera una lengua de un francés en particular-, pero la confirmación verdadera de ésta y otras revelaciones vino esta noche, durante una cena Thai que tuve el tupé de ofrecer. En apenas un par de horas, me sentí (como no es inusual desde que me mudé a París) que estoy entre pares, o, mejor dicho, entre profesionales como creía yo ser hasta que los conocí, así que entre maestros. Así como en el lab siento que los estudiantes principiantes la tienen tanto más clara que yo, me di cuenta hoy - por primera vez en... siempre? - que yo no la tengo tan clara en la curtiembre desligada. Este tipo se las sabe todas, y las habla, con una naturalidad que te para los pelos. De todos lados. Y al mismo tiempo se queda escuchando o esperando, y conectamos, y discutimos, y hablamos de la importancia del sexo en nuestras respectivas vidas y de cuál es la razón detrás del tener hijos o tomar la decisión de vivir o morir. Y poco después, hasta me dijo, muy disculpándosemente, qué cosas se imaginaba hacerme.

Por supuesto, ahí aparecieron los enanitos verdes de las historias de Dinga y las mías también. ¿Puede ser? ¿Es for real tan sincero como a mí me gustarían que me fueran? ¡Qué inapropiado! ¿Qué pierdo? ¿Qué gano? ¡Qué ganas! Pero me contuve. ME CON TU VE LA QUE LO PA RIO. Me arrepiento porque no hice nada y él se fue a su casa (se comió 40 minutos de caminata, y después una ducha fría, en sus palabras), y yo me quedé como Clara, clamando, claramente, que la claven. Y también un poco con la impresión de que gané la seguridad de que, aun cuando me zarandean la zanahoria por delante, escucho a mi cabeza y no a mi. Lo dejamos ahí, por ahora.

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