viernes, 1 de abril de 2011

¿Y ahora, quién podrá ayudarme?

Otro día el, encontróme con mi amiga Roima, una muchacha de orígines claros e intenciones, dicen sus candidantes, oscuras. Me contó una historia para poner los pelos de punta a las que, como yo, temen como la más enormísima catastrófe, el arribo de un bepi con los propios genes.

Venía yo de decirle que las pastillas eran para mí un grillete. Una muestra diaria de la atadura, mucho menos graciosa que el hecho de charlar de quién baja la basura yo abriendo una caja de tampones y él una de Ging Seng (u otra porquería equivalente). Señalé mi tobillo, y se ve que ella asoció tobillo, correr, no tener donde correr, y me contó la historia siguiente. Agárrense bien del sillón para leerla, que da miedo sobre todo a aquellos que, como yo, tienen una sheeplike quality por la cual, en el fondo, sienten que Dios castiga el sexo amatrimoniado.

Roima tiene una vida amorosa estelar, con cuadros y anécdotas que podrían llenar las mil y una, que digo, las millones y una noches (aunque el título no tenga punch). Entre ellas, está la del capitán. (Las malas lenguas decían que Roima salía con un marinero, pero eso era pura envidia.) Cuando digo capitán, quiero decir un excéntrico inteligente que se divertía haciendo paseos transatlánticos y se hacía pagar por ellos. Esta vez traía a Roima de polizona, y polizonando estaban una noche cuando sucede un accidente.

- Y ahora, ¿quién podrá socorrerme?, pensaba Roima.

Pero era inútil llamar al Chapulín colorado, principalmente porque con ese gorro que tiene y después de las jodas de Póntelo y Pónselo, las probabilidades eran que el Chapulín se iba a poner de lado del forro y espetarle "¡Pero mirá lo que le hacés hacer! ¡Quién se queda tieso en esas situaciones!"

Les digo más, mismo si él pudiera sentir piedad por la pareja forrorrompiente, el llamado era inútil, hallándose los tristes tórtolos en el medio del océano, tan lejos del Chapulín mejicano como de muchas farmacias. Y, para peor, era un domingo de madrugada. L@s lector@as (¿de dónde cuerno sacaste esta idea, Dinga? Es hincha escribir esas palabras así, ¡protesto!) malévolas me dirán, ¿y a qué viene el día de la semana, si igual está en el medio del océano? Cierto, cierto, yo no me di cuenta cuando me relató la espeluznante historia, pero contesto ahora que el objeto es agravar la situación. Dada la dificultad de base de encontrar una farmacia abierta intraocéanica, las probabilidades de encontrar una abiértica el doménico eran mínimas, ¿se dan cuenta? Un horror.

No ogztante, la historia tiene final feliz. Como habíalo ya yo dicho, el capitán excéntrico era también inteligente, habiendo equipado su barco con un doctor del mismo tamaño que el Chapulín, pero con una valija dos veces su altura, repleta de píldoras mágicas que ni el profesor Chapatín podría crear. Y de ese cofre, sacó el doctor el polvo que cura el polvo, y Roima sigue, hoy día, rompiendo corazones (y ocasionalmente forros) sin que aquella océanica ruptura le haya creado panza.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado no sin un Amoraleja: Antes de cada viaje interocéanico, no olviden de equiparse de protector solar, protector del sur, y protector contra la falla del protector del sur, todos los cuales se encuentran en su farmacia amiga.

1 comentario:

Dinga dijo...

Thanks for the good laugh! A estas horas de la tarde del viernes, debia yo encontrarme rumbo a Columbus, para emprender desde ahi, rumbo a Pittsburg, lugar al cual habia sido invitada por "el nuevo en carrera", pero se suspendio. A lo que TE voy, es a que leer esta entrada fue el highlight de mi dia, ya que todo lo interesante que podia haber pasado, no paso, y aca estoy mirando la resolana desde mi oficina, hojeando unos libros de sociolinguistica y pensando en que tengo hambre y me comeria un muffin con un cafeconleche, pero que no debo....entonces, me pongo la campera y parto para mi casa, a dedicarme a escribir y ponerme al dia con la historia del nuevo (quien todavia no tiene nombre)